La situación económica y laboral que se presenta en los países Sur, Centro América y México, han tenido un impacto negativo dentro de las estructuras familiares, desintegración de la familia nuclear, abandono de los hijos por parte de los padres e incluso de las madres y la salida de estos a la calle para sustentar a los hermanos menores y ayudar económicamente al padre que les queda en su casa, trayendo como consecuencia deserción escolar, prostitución infantil, explotación laboral, maltrato psicológico y verbal, drogadicción y delincuencia.
Cada día son los niños y niñas que están en riesgo inminente, los cuales llegan a ser adolescentes y adultos resentidos y renegados de la sociedad, trabajos como limpia botas, lavadores de autos, embaladores de bolsas en supermercados, ayudantes de albañilería y vendedores informales, dentro de los cánones establecidos por la sociedad, son trabajos aceptables pero cuando un niño esta viviendo debajo de un puente, pidiendo limosna en un transporte público o en una avenida, vendiendo flores en tasca o expendió de licores donde son maltratados y humillados, y hasta llegar al grado de delinquir y prostituirse para obtener dinero para llevar que comer al hogar, si es que tienen uno, y al extremo de que no tengan dinero para alimentarse llegar a consumir drogas como la pega de zapato para aguantar... la pobreza y la marginalidad se sienten.
El estado debe brindar a nuestros niños y adolescentes un hogar, educación, salud y protección que les asegure un futuro, emplear programas en las instituciones educativas, en las comunidades para cambiar la forma en que nosotros, los adultos, vemos a nuestros niños y adolescentes. Además las instituciones que hacen vida en el ámbito social (religiosas, empresas, ONG, sin fines de lucro) insertarse en dichos programas para promover una enseñanza en pro de ellos, y no exentos de ello, los ciudadanos, que debemos tener responsabilidad social para desarrollar a nuestro futuro positivamente.
Entonces: ¿qué hacemos y que haremos por ello?



